El F.C. Barcelona de Pep Guardiola consiguió una de las máximas. Fue el mejor equipo atacando, y a su vez, defendiendo. Un auténtico conjunto de poetas que en milésimas de segundo se convertían en guerreros. Virtuosismo y creación con el balón. Caos y destrucción sin él. Buscar la luz con la posesión, y provocar la oscuridad sin ella. Un comportamiento sobre el campo bailado con la mejor de las bandas sonoras.
Campo muy grande al atacar. Apareciendo, no estando. Un punta inquieto, dos extremos pegados a la cal. Interiores endiablados, mediocentro siempre presente. Centrales protagonistas, y laterales todocampistas. Y el portero, uno más del todo, el undécimo hombre. Pausa más rapidez. Jugadores que la tocan de primera, jugadores que la aguantan. El equipo se ordena, el equipo avanza, pasito a pasito, línea a línea. Una estructura móvil alrededor del poseedor. Dos, tres, cuatro receptores potenciales liberados. Sangre fría para salir desde atrás. Agresividad y violencia para acabar. El balón manda.
"Después de 10 pases, estos se juntan y pueden hacer la transición."
Pep Guardiola.
Cerrar espacios al defender. Juntos, muy juntos. Casi de la mano. Y agresivos. Pressing con una única finalidad: robar el balón. Y cuanto más cerca del área rival, mejor. Dice Guardiola, que "el mejor defensor es la línea de banda." Hacia allí les llevan. Dos, tres contra uno. Siempre superioridad. El conjunto permanece. Entre el portero y el delantero, pasando por todas las líneas, hay una cuerda de acero, no de goma. Si uno va, el otro también. Correr, eso es lo importante.
Música, maestro
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