La sesión de entrenamiento es la herramienta principal del entrenador. A través de nuestros ejercicios damos forma a nuestro equipo, le dotamos de una identidad que esperamos mostrar el domingo para alzarnos con la victoria. Y pese a que hay multitud de factores que influyen en la consecución o no de nuestros objetivos, debemos centrarnos en aquello que podemos controlar mediante los entrenamientos. Entrenar y entrenar para conseguir hacer que nuestros jugadores estén lo más preparados posible para la competición.
Pero, ¿cómo deberían ser nuestros ejercicios?
1. Específicos. Que vayan encaminados a el cómo queremos jugar. Que guarden relación con lo que queremos mostrar en el partido. Por tanto, es de vital importancia empezar por crear nuestro Modelo de Juego y a partir de ahí crear ejercicios que nos acerquen a comportarnos como deseamos. Además, debemos buscar en cualquier ejercicio que se den los comportamientos deseados para la competición. Que el equipo se comunique, que gestiones el resultado, que mantenga la concentración hasta el final del tiempo.
2. Abiertos. Es necesario que el futbolista tenga que tomar decisiones, que posea libertad para equivocarse, aprender a elegir, o incluso dar una respuesta mejor que la que nosotros habíamos pensado. Que no sea un circuito cerrado donde el jugador sólo tiene que ejecutar y no pensar. Que exista cierta aleatoriedad, pero siempre dentro de lo que queremos conseguir. Jugar un partido 10x10 sin ningún tipo de regla y consigna es una tarea muy abierta, pero quizás muy inespecífica, pues no estamos promoviendo comportamientos que deseamos para nuestro equipo.
3. Propensos. Sea cual sea el objetivo a conseguir en el ejercicio, este debe darse un gran número de veces. Ya sea el desmarque de ruptura o el funcionamiento colectivo defensivo del bloque bajo. Ese comportamiento que deseamos que nuestro equipo adquiera tiene que ser practicado un gran número de veces para que el jugador se habitúe a él. Sienta, perciba, note los posibles errores, se aclimate, coja confianza.
Pero debemos tener cuidado de qué forma se esta dando. Porque si queremos trabajar el desmarque de ruptura, estos deberán aparecer cómo, dónde y cuándo deseemos. Por tanto se trata de conseguir un aumento cuantitativo del objetivo, pero también cualitativo.
4. Objetivos conocidos. No sólo por el entrenador, sino también por el jugador. Informar y hacer partícipe a los jugadores de los beneficios que conseguirán con ese ejercicio. Guilherme Oliveira nos da sus 3 reglas respecto a los objetivos durante en el entrenamiento:
"Primero, saber nosotros para qué es el ejercicio. ¿Qué mejora en el 11 x 11?. Segundo, transmitírselo a los jugadores. Tercero, ¡tener la certeza de que los jugadores los han entendido!"
5. Alcanzables. Es vital que el futbolista tenga éxito en el ejercicio. Que consiga aquello que deseamos y pueda vivenciarlo. Por eso, el jugador debe poder conseguir los objetivos. Y si no se consiguen, probablemente el problema es del ejercicio. El futbolista siempre intenta hacerlo lo mejor posible.
6. Globales. La dinámica del juego hace que durante el partido todas las fases estén conectadas. Por eso debemos tratar de conseguir la mayor globalidad posible, y no segmentar cada una de las fases del juego. Pese a que es necesario centrarse en pocos aspectos (y por tanto quizás en una sola fase del juego) debemos hacer que nuestros ejercicios sean lo menos reduccionistas posibles. Además, que estos sean fractales de mi Modelo de Juego, que un objetivo que intento conseguir en un 2x2 sea sacado del 11x11.